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miércoles, 18 de mayo de 2011

El sonido de las voces, de Ana Efrón. Una muestra para ver (y también para escuchar)

(…) Con las manos acaricio mi pensamiento.
No tiene palabras, tienen el sonido de las voces.
Aúllan esas hojas que el otoño pone amarillas.
Acuno el silencio hasta darle la forma de mis pies cuando camino, la forma de mi trazo.
¿Quién piensa? Pongo pausa en el tiempo, abrigo el grito de las cosas.

El reflejo blanco que presagia; ese murmullo.

Florencia Walfisch
(fragmento del texto que acompaña la muestra “El sonido de las voces”)

Ana Efrón es artista plástica y llega al Centro Cultural Marcó del Pont para presentarnos “El sonido de las voces”. Una muestra para ver. Y también para escuchar.


¿Es la primera vez que exponés?
Se podría decir que sí. El año pasado tuve una aproximación pero más que una exposición fue un evento en el que un amigo y yo mostrábamos nuestros trabajos. Era en un espacio que nos habían prestado y duró sólo ese día.

¿Qué te genera mostrar tus trabajos?
La verdad es que me encanta. Yo pinto desde hace un montón de años y durante mucho tiempo pinté en la intimidad. No mostraba mis obras. Así que esto representa para mí un gran desafío.

¿Por qué pintabas en la intimidad?
Por una mezcla de cosas. No se si hay sólo una razón. Yo terminé el secundario y entré a la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón. Mi idea era dedicarme a la escultura pero me di cuenta enseguida que lo mío era pintar. En esa época uno no pensaba que iba a poder vivir de esto. Ahora las cosas cambiaron: la gente tiene otra cabeza. Hay más una idea de que el artista tiene que hacerse de un emprendimiento propio. Pero por aquellos años había que pintar porque te gustaba; y laburar de otra cosa.


¿Cómo si la pintura fuera un hobby?
No es que fuera un hobby, porque no ocupaba ese lugar. La pintura para mí siempre fue una vocación. Nunca fue una segunda opción. Pero yo me crié en una época en la que la figura del pintor era la de un tipo romántico y bohemio. En la Pueyrredón nos enseñaban que el artista tenía esas características. Y sin lugar a dudas no existía un modelo de pintor que apuntara a un tipo que podía vivir de su trabajo. Entonces nosotros ni siquiera teníamos el anhelo de vivir de lo que hacíamos. Como yo no me bancaba hacer laburos que fueran demasiado espantosos, me empecé a dedicar al diseño. Fui a la facultad, tuve tres hijos, y mientras tanto seguía pintando. Pero nunca sentía que lo que yo hacía estaba listo para salir a la luz. Porque no me terminaba de convencer el resultado.

¿Y cuándo fue el clic que hizo que te decidieras a mostrar tus obras?
Y bueno, fue toda una experiencia. Porque además yo vivía estas situaciones de manera conflictiva porque a mí no me gustaba lo que hacía. Entonces rompí mis obras varias veces, y muchas otras juré que dejaba de pintar para siempre…Y creo que todo eso tenía que ver con que yo buscaba un discurso plástico desde lo académico. Y no desde el pensar y decidir lo que yo quería hacer. Y le encontré la vuelta cuando me harté lo suficiente y dije: “yo voy a hacer cualquier cosa”. No pensé más. A partir de ese momento logré trabajar sin generarme tantos cuestionamientos. Empecé a pintar desaforadamente y perdí toda mi capacidad crítica. No tenía la menor idea si lo que estaba haciendo me gustaba o no. En esa época pinté mucho y de manera caótica. Al tiempo, de casualidad, concurrí a la clínica de Tulio de Sagastizábal. Es un pintor muy bueno, un tipo muy piola del que aprendí mucho.

¿Qué es exactamente una clínica? ¿En qué se diferencia con un taller?
Al taller uno va a trabajar, a pintar, a compartir el espacio de una maestro con el que laburás. En la clínica no se trabaja. Te reunís con pares y con un maestro; y en cada uno de los encuentros alguien muestra su trabajo. Entonces vos presentás todo delante de ese grupo de gente y se discute sobre tu obra. Es una experiencia muy interesante y a mí me atraía mucho la idea de salir a compartir algo con alguien. Eso fue una primera cosa muy fuerte de situación de exposición.


¿Y cómo fue esa experiencia?
Muy movilizador. Tenía unos nervios terribles. Primero me parecía que no iba a poder hablar. Y lo que me pasó fue que cuando terminó no me acordaba de nada de lo que había sucedido: estaba en blanco…(risas). Al rato recién me recuperé. Por eso, el año pasado, cuando hicimos este evento para mostrar mis trabajos, tenía miedo de perdérmelo también (más risas). Eso seguramente está relacionado con que yo pasé un montón de años pintando a escondidas. Y es muy movilizador mostrar finalmente lo que uno hace.

¿Y cómo te preparás para esta inauguración?
Estoy muy tranquila. Creo que todas esas experiencias me sirvieron para llegar al lugar en el que estoy ahora. En este momento siento que ya es hora de mostrar lo mío. Y creo que estoy lista para comprender el sentido de exponer.

¿Qué te produce la mirada de los otros sobre tus trabajos?
Es una sensación extraterrestre. Te preguntás cómo puede ser que alguien vea en tu obra algo que a vos ni se te había ocurrido. Es una locura muy divertida. Porque mis obras, en su mayoría, son arte abstracto. Entonces la gente se me acerca y me cuenta las cosas que ve; ¡y yo no lo puedo creer! Es muy estimulante que las personas perciban cosas que yo ni siquiera imaginé ¡Y lo peor es que después las empiezo a ver yo también!

¿Por qué elegiste “El sonido de las voces” como título para la muestra?
Es algo que nació de casualidad y que después fue cobrando sentido. La elección de este nombre para la muestra se basa en que yo creo que las personas tienen una idea del mundo que mucho tiene que ver con la historia que reciben de los otros y con lo que escuchan. Mi idea es que cuando estoy pintando en realidad lo que trato es de atender no tanto al sentido del relato que tengo incorporado, sino al sonido que trae ese relato. Como si uno debiera atender más a las inflexiones de la voz antes que a lo que el otro dice con sus palabras.

O sea, ir más allá del sentido textual de la palabra...
Exactamente. Tomar y prestar atención a lo que el discurso trae, más allá de la narración intelectual. Estas son ideas que están presentes todo el tiempo mientras pinto y que no alcanzan a formar un discurso filosófico, ni literario, ni nada. Porque la elaboración de un pensamiento es algo que sucede constantemente mientras pinto. Sin embargo, esta elaboración de ideas no queda plasmada en mi obra. O por lo menos, no del todo. Mi obra termina siendo, entonces, esos sonidos de voces que llegan desde lejos. 


Julieta Gervasoni para Marcó del Pont Contenidos.

El sonido de las voces. Pinturas de Ana Efrón.
Desde el 21 de Mayo hasta el 9 de Junio
Inaugura 21 de Mayo / 15 hs.