“Soy un artista con el don de llegar a la
tribuna”
¿Cuándo dejaste de ser herrero y te convertiste en artista?
Uh…No quiero agrandarme pero al artista siempre lo tuve
adentro. Y además, sigo siendo herrero. Las dos variantes nacieron conmigo. De
chico empecé dibujando, después pintaba. De hecho, todavía pinto: pero aún no
encontré exactamente lo que estoy buscando. En lo que es la herrería, ya lo
descubrí hace rato. Eso me permite hacer los trabajos que me piden y a la vez,
innovar y hacer locuras. Trato de convencer a los clientes de que hagan algo distinto.
Y no cobro más por esos laburos…
El eje principal de tus obras son los animales ¿Por qué?
Toda “mi fauna” tiene
una mirada hacia el litoral y yo creo firmemente que en otra vida fui un
gaucho correntino: me gusta el chamamé, me gusta Corrientes, y todo lo
autóctono de ese lugar. Mi escapada preferida es ir a una isla en la costa del
Paraná y quedarme ahí una semana, descalzo, entre los yacarés y los monos ¡Sin
que nada me importe nada! Mi sueño no es ir a un hotel-spa de 5 estrellas. Mirá
como será, que mi viejo siempre tuvo una casa en Mar del Plata y yo no iba
nunca porque no me gustaba ¡Yo me iba a Corrientes y mi viejo se recontra enojaba!
Es que si me das a elegir entre la costa del río Paraná y el mar; yo no lo dudo
un instante.
Resulta muy claro en tu obra que tenés un gran compromiso
con la naturaleza…
Lo que sucede es que cuando yo era chico iba mucho a pescar.
Y eso me hizo tener, desde muy pibe, un contacto directo con la naturaleza. Además,
siempre me gustaron los animales; aunque no pertenezco a ninguna asociación que
los proteja. Sin embargo veo toda la problemática que hay en torno a la cacería
furtiva, la pesca indiscriminada, a la contaminación de los ríos y tantas otras
cosas…Mi manera de luchar contra estos flagelos es bajar línea a través de mis
obras. Logro que mis fantasías terminen siendo una forma de protesta.
¿Cómo te ves de acá a 20 años?
Y…No se si voy a estar vivo…(risas). Es que en 20 años voy a
tener 72. Ya pasé el medio siglo… Hablando en serio, a nivel artístico me
encantaría (si bien ahora soy reconocido) ser más “famoso”. Pero no por la fama
en sí misma sino porque gracias a ella podría concretar un montón de proyectos
que tengo pendientes. Tener fama significa tener dinero y eso es lo que
necesito para llevar adelante estos emprendimientos. Lamentablemente acá y en
cualquier país del mundo sin guita no se
puede hacer nada. Hoy por hoy, lo único que yo tengo son mis manos para
trabajar y mi cabeza y mi corazón para soñar. En esta etapa de mi vida estoy
sembrando…para después cosechar. Dejar huellas en el tiempo es mi meta actual, igual
que tantos otros artistas. Y creo que lo estoy logrando. Hay momentos en los
que me siento pleno.
¿Cuáles son esos momentos?
Cuando, por ejemplo, una abuela de 100 años (toda
encorvadita) asiste a ver mi obra y antes de irse me abraza y me dice: “hijo,
me alegraste el alma”. Eso es oro puro. O una vez que fui a un jardín de
infantes a mostrar una escultura y se me acercó un enano y me dijo: “te invito
a comer a mi casa”. Esa es la parte más hermosa de mi laburo. Por ese lado, no me puedo quejar. Un día un tipo me dijo que
yo tenía el don de llegar al tablón, a la tribuna. Y esa apreciación a mí me pareció muy acertada. Y lo comprobé
más de una vez cuando algún cartonero estaciona su carrito y larga el laburo
durante unos minutos para admirar una escultura mía. Ese es el arte al que yo
aspiro…
Julieta Gervasoni para CCMPContenidos
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